sábado, 9 de febrero de 2013

Hoy ya es ayer y ya estás en mañana sin darte cuenta.

Suena el despertador a las 8, como siempre. Cereales y zumo de naranja para desayunar, como siempre. Empiezan las clases de la mañana, recreo, más clases, comida, más clases y a estudiar. Cenar, ordenador, ver un rato la televisión y a dormir. Ese es mi día a día. No ocurre nada en especial, nada especialmente raro. Ni una chispa que me haga pensar que no es todo los días lo mismo. Un pequeño saltito, que hace que te olvides de algunas cosas, un tal señor Fin de Semana. Es curioso, a lo que te dedicas en ese ratito es a pensar que queda poco para que empiece otra vez la rutina, que, al fin y al cabo, pertenece a ella.
Y, al parecer, no soy la única a la que le pasa esto. Que parece que estamos todos encerrados en una rutina infinita. Uno no se acaba de dar cuenta de que los días pasan, que no se repiten. Hoy ya es ayer y ya estás en mañana sin darte cuenta. Me gustaría ser capaz de cambiar algo. Pero no cambiar la hora del despertador, o la marca de los cereales. No. Cambiar algo importante, algo grande. Cambiar el mundo. Eso es lo que quiero. Salvarnos a todos de esto que nos tiene atrapados. Aunque a la gente le gusta sentirse atrapada por la rutina. No le importa que sea todo siempre igual, porque, si le importara, algo habría cambiado, digo yo.

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